miércoles, 23 de marzo de 2011

Diarios de Viaje


Mientras que del bronceado veraniego quedan solo vestigios, les escribo estas líneas para relatarles algunas anécdotas referidas a las últimas vacaciones que he disfrutado en las playas cariocas.
Hace aproximadamente un mes partía hacia nuestro vecino país junto a mi esposa, en un día similar al de hoy, mucha lluvia, un clima absolutamente destemplado. El ómnibus tenía como horario de partida las 5.30. Como optamos por no acostarnos a dormir ya que el remise nos pasaba a buscar por nuestra casa a las 3 am (pero no era viernes), apenas llego el servicio estacionó en la dársena correspondiente subimos raudamente para intentar conciliar el sueño rápidamente.
En eso se me ocurre mirar la hora, ya habían pasado las 6 am y el micro no partía, teniendo en cuenta que el viaje es muy extenso, perder media hora al inicio no es buen plan.
Cuando la paciencia general comenzaba a disminuir ascendió al colectivo una pareja, tan apurados como mojados, a quienes absolutamente todos miramos con bastante recelo ya que los hacíamos responsables de la tardía partida.
Mala forma de comenzar un viaje tuvo esta pareja, ya que formábamos parte de un contingente y como dice aquel precepto “Las primeras Impresiones no tienen segundas Oportunidades”, uno a uno fuimos sumando críticas con el transcurrir de los días, no hay nada que el ser humano haga mejor que defenestrar a un par.
Una noche lluviosa, en realidad todas las noches fueron lluviosas así que puedo evitar la aclaración, realizamos una visita al Cristo Luz, replica del de Rio de Janeiro, un lugar muy pintoresco con una imagen realmente conmovedora de Jesús, exacerbada por la excelente iluminación que cambia los colores constantemente, sumado a un show muy agradable y una vista panorámica en la que se aprecia la real dimensión de la ciudad de Camboriu, pero lejos de querer venderles un paquete turístico, sin más rodeos voy derecho al punto.
Cuando nos trasladábamos desde el hotel, los únicos que hacían esa excursión era la, a esta altura famosa, pareja de las que les vengo hablando en el presente relato. Al formar parte del mismo grupo, nos pusimos a conversar acerca de las bondades de la ciudad, de los lugares que habíamos visitado, y demás cosas de escasa trascendencia, pero por un momento, la mujer del matrimonio, nos dice llenándonos de intriga, “Ustedes no saben lo que nos pasó”.
Procedió a contarnos el calvario que padecieron para poder llegar a Retiro, lugar de donde salió el micro que nos trasladó a Brasil, como esa noche diluviaba el auto no los fue a buscar, por ende empezaron a llamar desesperados a cuanta agencia de Remises conocían, de ultima y a minutos de la salida del ómnibus consiguieron uno que los llevo, con muchos sobresaltos ya que el vehículo fallaba debido a las condiciones climáticas realmente adversas, pero el punto que quiero resaltar y me parece realmente importante es cuando nos señaló, con lágrimas en los ojos “Nos matamos todo el año trabajando para poder darnos este gusto, yo limpio casas por horas y mi marido trabaja con la moto”.
Absolutamente cambiamos la percepción y no pudimos menos que sentirnos culpables por lo prejuiciosos que habíamos sido, por otro lado me sentí muy halagado de vivir en un país en el cual los eternos postergados puedan darse cada tanto un gusto de esta naturaleza.
Pensar que hace no mucho tiempo atrás este sacrificio que realizo esta pareja para poder realizar este viaje, lo tenían que hacer diariamente para poder vivir al día, hoy, aún con todas las cuestiones que quedan por resolver, pueden pensar en cosas que antes ni en sueños podían aspirar.