miércoles, 7 de diciembre de 2011

Las Pequeñas Cosas

En casa nunca hubo abundancia, mi viejos, que laburaron siempre, pocas veces fueron gratificados de manera justa en función del  esfuerzo que realizaron, así pasaron su vida, y, tanto trabajo forzado,  hoy les pasa factura, sus cuerpos erosionados los deja noches sin dormir y días dormidos.
Pase hace rato los cuarenta y nunca me puse a pensar en esto de ser padre, capaz que mi inmadurez en algunos temas deviene de este…”No suceso” diría el vicepresidente que permanecerá en el cargo por tan solo unas horas más.
No sé si quien soy ahora repercutirá mañana en vos, que se que me estas mirando de algún lado, escuchando, aprendiendo a aprender, tan viva, tan pura.
Siempre me acuerdo de mi abuela Lía, que en realidad se llamaba Elías, no sé porque le pusieron ese nombre, cosas de los hombres y sus épocas, una gringa santafesina que sufrió los calvarios que sufrían las mujeres a principio del siglo pasado,  la última vez que hable con ella lloraba como una criatura, tenía miedo, no quería morirse, recién la habían operado, y había salido bien, pero sabía que ya nada sería como antes y lloraba, cada vez que me acuerdo se me parte el alma, era fuerte, quilombera, peronista hasta la medula, jugábamos a las cartas con mi primo y si a ella le tocaba perder nos decía “El Primero es de los Pelotudos”, puteo al aire, que vida difícil que tuvo.
Mi otra abuela Nació en España, en las islas Canarias, me enseño a hacer barquitos de papel, yo jugaba con ellos mientras mi vieja inventaba que comer, ella fue la primera que murió, yo todavía sigo jugando.
Fui un chico feliz, los sábados mi papá nos llevaba a mí y a mi madre en una vieja Siambretta a la costanera de Hudson, yo tendría 4 o 5 años pero nunca me olvido, mi hermana todavía no había nacido,  el camino me parecía angosto y estaba todo arbolado, el viento en la cara, el aroma, todo era nuevo, teníamos poco, pero el corazón parecía estallarme de felicidad, es increíble como esas pequeñas cosas pueden marcar la vida.
Dos mil errores debo cometer por segundo, pero te juro, que aunque mi mensaje sea un granito de arena en un desierto, quiero que puedas sentirte así alguna vez y, sobre todo,  quiero dejarte un país mejor.



 

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